Recuerdo tan claro como que fuera ayer mi primer ataque de pánico. Una sola frase fue suficiente para desatar los sentimientos terribles que conocemos quienes hemos tenido estos episodios. El presente relato no tiene por objeto describir esos momentos, ni lo que me llevó a ellos. Historias de vivencias sobre estas crisis abundan en internet y a veces no hacen más que aumentar la angustia de quienes tenemos nuestras propias versiones en situaciones similares. Lo que aquí pretendo trasmitir, es la vivencia que cambio mi vida: El Yoga.
Habían pasado años buscando un camino para controlar de alguna manera la ansiedad que me invadía. Empecé como muchos: Parado en la puerta de un consultorio médico, con los resultados de varios exámenes que indicaban que no había nada físico, que mi corazón estaba bien, pensando en las palabras del cardiólogo, quien me recomendaba ver un psiquiatra. Aparentemente todo estaba en mi cabeza. De ahí en adelante el recorrido fue largo, antidepresivos, ansiolíticos, terapias New Age, sicólogos, conversaciones, regaños y frustración al final. De todo lo que conocí, puedo recomendar la terapia cognitiva, en la cual el terapeuta ayuda al paciente a pensar y actuar de un modo más realista y adaptativo en relación con sus problemas psicológicos, reduciendo o eliminando así los síntomas. La concepción implica que el paciente depresivo o ansioso distorsiona sistemáticamente sus experiencia en dirección negativa y tiene una concepción global negativa de si mismo y de sus experiencias. Se buscan experiencias de aprendizaje dirigidas a enseñar a los pacientes a: controlar los pensamientos (cogniciones) automáticos negativos, identificar las relaciones entre cognición, afecto y conducta y a examinar la evidencia a favor y en contra de los pensamientos distorsionados. El terapeuta mediante pautas específicas, anima al paciente a identificar, observar y evaluar sus pensamientos de una manera objetiva. La verdad, esta terapia me ayudó mucho y lo aprendido en ella lo sigo utilizando en la actualidad.
Los otros caminos, no funcionaron o lo hicieron parcialmente. De todas formas de cada uno de ellos obtuve algún aprendizaje útil para conservar la calma. Sin embargo, cualquier evento desafortunado en mi vida hacía que se desequilibre mi cuerpo y mi mente. La llegada del Yoga a mi vida se inició, básicamente, al aceptar la propuesta de una amiga de intentar algo diferente. Empecé por una clase a la semana, donde no podía concentrarme ni por tres minutos seguidos. Sin embargo, al poco tiempo comencé a sentir sus efectos, empecé a dormir mejor y a tener momentos de paz. Con el tiempo fui descubriendo cada vez más beneficios, mis habilidades de concentración se ampliaron, intenté practicar yoga varias veces por semana y a meditar solo cada vez que me era posible. Con los años se ha convertido en parte fundamental de mi vida. En épocas de mucha tensión, pena o ansiedad lo práctico más seguido y aunque parezca increíble, ha sido mi fuente más importante para sobrepasar aquellas etapas.
Ante esto, la pregunta es ¿por qué el yoga? ¿Por que esta disciplina me ayuda a alejar la ansiedad? Debemos empezar por definir que el Yoga es una tecnología ancestral que a través de ejercicios, posturas físicas, técnicas respiratorias, movimientos de las manos, sonidos, meditación y relajación, ayudan a alcanzar el equilibrio físico, mental y espiritual del practicante. Numerosos médicos de todo se interesan cada vez más por el yoga como terapia. Son muchos los médicos que lo practican o recomiendan a sus pacientes. Muchos estudios médicos demuestran la eficacia del yoga en casos de ansiedad o depresión.
Pero más allá de lo que digan los estudios o la medicina ¿ como me ayudó a mi esta práctica? La respuesta no es una sola. De inicio me enganche con el tema de la meditación. Una clase de kundalini yoga tiene varias partes: unos mantras (palabras o frases que se repiten), ejercicios físicos de calentamiento, un kriya, ( que consiste en un conjunto de ejercicios, posiciones, respiraciones) y finalmente una relajación profunda y unos minutos de meditación. Como dije, yo lo único que esperaba eran los minutos de la meditación. Era el momento donde mi mente por un momento se desconectaba del mundo exterior. Algo casi imposible en una determinada época. La meditación comenzó a convertirse no solo en un escape sino también en un placer y empecé a practicarla fuera de las clases de yoga. De tres minutos (casi imposibles de concentrarme) pase a 11 minutos diarios y he llegado a meditar por 60 minutos seguidos en ocasiones especiales.
Los otros pasos de la clase de Yoga, me resultaban una tortura, los cánticos me parecían cosa de locos, los ejercicios físicos iban contra mi cuerpo rígido y adolorido y la espera me mataba. (No soy el ser más paciente del mundo). Con el tiempo y la práctica comencé a notar que lo que sucedía en una clase de yoga se parecía mucho a lo que me pasaba en la vida. No quería repetir los mantras por que no me atrevía a hacer algo diferente en mi vida. Odiaba los ejercicios físicos por que representaban un esfuerzo que sentía que no podía superar. Quería que llegue el momento de la meditación rápidamente y si fuera posible evitando los pasos anteriores, como me sucede con las cosas que deseo en la vida diaria. ¡De pronto comencé a entender¡. Tenía que romper los esquemas y hacer algo diferente si quería resultados diferentes, el camino del Yoga es un proceso para llegar a lo que deseas, como es todo en la vida. Debía pasar cada etapa para llegar a la meditación, y más que eso, aquel camino me preparaba para llegar a la meditación. Respecto de lo físico ( que se vuelve mental), descubrí que al igual que pasa con nuestro espíritu, cuando creemos que no podemos más, pues sí podemos. En definitiva, aprendía a tener paciencia, a entender que nada que valga la pena en la vida será fácil y rápido… Al final, al encontrar el Yoga, encontré un camino de aprendizaje, de constancia, espera y superación, que aun estoy recorriendo.